lunes, 5 de diciembre de 2011

RELATO Nº 21 PARA LA ANTOLOGÍA NAVIDEÑA (No Paranormal) By Murasaki

Cuando los copos caen




Esta por caer la noche y los últimos rayos del día entran por las paredes de cristal, iluminando la estancia de aquel naranja peculiar. Hoy no hay muchos clientes. Apenas ayer, la cafetería estaba hasta el tope y las decoraciones navideñas colgaban de aquí y por allá haciendo un desfile de color, la gente entraba y salía y los que trabajamos aquí apenas y podíamos tomar un respiro cada media hora.
Era horriblemente sofocante sobrevivir al rato. El murmullo del gentío haciéndole competencia a la gente de la televisión que cantaba villancicos, la calefacción que parecía estar al tope, y nosotros, los camareros y cajeros, portando obligatoriamente algo ridículo alusivo al festejo. Yo mismo tomé una foto desde una esquina me valió un sermón por ello, después de todo, no había ‘‘tiempo para desperdiciar en tonterías muchacho, vuelve al trabajo o te descuento el salario’’ donde se ven de tanto en tanto, sombreros rojos y verdes de duende entre las cabezas y gorros de los clientes. Todo por la idea que tuvo un colega y que, de alguna manera, al jefe le pareció espléndida al pensar que podría aportar ingresos extra.
Pero, de aquella energía y sentir cálido de ayer por la noche, solo quedan las decoraciones que penden de los techos y sobre los estantes. La mayor clientela de hoy cayó por la mañana –al menos eso nos comentaron los del turno anterior-, lo que no es de extrañar, ya que suele ser así. Y quizá vengan más personas por la noche, pero por ahora el local parece más grande de lo normal con tan poca gente, y me parece solitario y triste, cuando mi mirada se encuentra con la de la mujer que está sentada unas mesas más allá. Me mira de mala manera y voltea la cara, pero es tarde. Ya he visto sus ojos aún vidriosos y su nariz algo enrojecida, posiblemente por el roce del papel desechable.
Me acerco a ella con una sonrisa en la cara. Una sonrisa más allá de la ‘‘política de la empresa’’, una sincera.
—Cafetería Vrai Régal, ¿puedo recomendarle algo? —Le saludo, al momento de pasarle la carta.
—¿Algo?, ¿qué no siempre acosan a uno con alguna de esas bebidas festivas? —Arruga su nariz al mencionarlo, la cara llena de pecas recalcando su disgusto. Como si en vez de estarlo recordando tuviera la botella en frente.
—Eso fue anoche señora, Ponche de champán y fresas gratis junto con la compra, para los clientes distinguidos… —Dirige la atención del mundo al menú entre sus manos, al parecer quería hacerse pasar desapercibida— Pero claro, si puede pagarlo ahora mismo se lo preparamos. —Me mira con suficiencia unos segundos, si la ofendí con el comentario no me hice el entendido, y luego me contesta con una ligera sonrisa.
—Algo sencillo… creo que un Café Geisha* estará bien por ahora.

*Se trata de una variedad arábiga cuyo origen es Etiopía, que además de aromas florales tiene una esencia de nueces.

¿Que café qué?. Supongo que no me está tomando el pelo, me parece que ya escuche alguna vez que alguien más lo pida, aunque no a mí.
Cosa más extraña me ha dicho y eso que llevo tres años trabajando en este lugar. Solo falta saber si disponemos de ese café chino en este momento. Mira que en una cafetería de clientes extravagantes tuve que meterme.
Escucho el alboroto que arman allá atrás, y el gerente viene a confirmar cuál es el café que pidieron. Me digo a mi mismo que lo único que falta es que haya  que hacer papeleo, según parece aun no me acostumbro del todo a este lugar. Pasa algún tiempo para que me entreguen el renombrado café taiwanés, pero la señora no me da cuenta de ello.
Al momento de llevárselo, estaba ocupada con su agenda electrónica, los ojos impasibles de nuevo enrojecidos, y el teléfono móvil sobre la mesa, en silencio sin parar de vibrar.
Me voy con mis compañeros a pasar el rato, mientras esperamos a que nuestros respectivos clientes nos vuelvan a llamar. Cuchichean ellos pero no estoy pendiente de eso, me entretengo en mirar a la mujer que me tocó atender. Cabello rubio, no sabría decir si natural o teñido, recogido de una manera no muy elaborada, la cara pringada de pecas –de alguna manera, creo que a ella le quedan bien- y ojos de un color entre azul-verde marino. Arrugas casi imperceptibles en la comisura de estos.
Siento que me dan un codazo. Ah, que es el de al lado.
—¿Qué quieres Umberto? —Le digo en lo que parece un susurro. Para trabajar aquí hay que ser unos maniquíes equilibristas y silenciosos cual gatos (vaya metáfora), más serviles que… que lo que sea que sea servil, e inmunes con la sonrisa pegada al rostro cuando algún cliente te arrastra más bajo que el suelo que pisas (¡y con qué sutileza y maestría lo hacen!), sobre todo si es uno de aquellos ‘‘distinguidos’’, que ya se sabe cuál será la cabeza que saldrá volando si no te dejas llenar la cara de mier… bueno, en ese momento no pude poner a Umberto y compañía en donde quería, por un ademán de la mujer. Me estaba llamando.
—¿Puedo ofrecerle algo más, señora?.
—Por supuesto, te he pedido la cuenta hace medio segundo. —Dijo en tono borde. Al parecer luego reflexionó sobre ello, pero no se disculpó. Pagó.
Se dispuso a abandonar el lugar.
Y yo corrí –camine a paso apresurado de robot- hacia los demás, antes de estar seguro de lo que haría. Conseguí que me suplieran mientras estaba fuera y salí disparado del lugar hacia lo que seguramente acabaría siendo una catástrofe para mí de cualquier manera posible, después de todo, mi buena disposición no podría significar nada para aquella gente.
Dispuesto a retomar una retirada digna o como fuere, me encontré con que la mujer se había percatado de mi presencia y miraba hacía mi, con una ceja alzada, expectante.
—Disculpe… —No encontraba palabras, ni siquiera estaba seguro de lo que pretendía— le molestaría, si… ¿Si la acompaño? —A decir verdad, empezaba a arrepentirme—… ¡Es decir, no seré una molestia! —Más abochornado me he sentido jamás. Y ella no se compadecía de mi, mantenía su aire de verdugo, tan solo me miraba de aquella manera provocando que atropellara más las palabras.
Se mantuvo mirándome por un instante, sin decir nada.
—Pero tú, tan igualado eres… —Su tono de voz, destilando desprecio— y además, ¿pretendiendo rebajarme a una de esas?
—¿Qué?, ¡Oh! —Demasiado tarde, me di cuenta de mi error— No, eso nunca. Disculpe, no era mi intención ofenderla. Déjeme explicarle, estoy seguro que ni en cuenta me tiene, después de todo, esta es la primera vez que me tocó atenderle pero… No pude evitar notar, es la primera vez que la veo… desconsolada. —No estaba seguro de las palabras que debía elegir, pero no quería cometer error alguno de nuevo—  Y, pues… me refiero a que siempre viene… em, acompañada.
No sé si me estaba escuchando realmente, pero al menos parecía poner un mínimo de atención en mis palabras. Hasta aquel último comentario.
—Escúchame bien, mojigato —Me estaba insultando, seguro. Se acercó a mi peligrosamente, le llevo casi una cabeza de altura, pero eso no impidió sentirme ligeramente intimidado por lo afilada de su voz— .Mi vida personal no es de tu incumbencia, mucho menos de dominio público —Agregó, mirando significativamente más allá, donde deberían encontrarse los demás camareros al extremo del local tras aquellas paredes— Así que, molesta de nuevo y me encargaré de que pases a trabajar en ningún lugar.
En ese momento me percaté de lo seca que estaba mi garganta. No lo dudaba, vaya que a mí se me ocurría meterme con ese tipo de gente... ¿Qué el espíritu de la navidad haciendo mella en los corazones para traer paz, amor y buenos deseos para el prójimo?, ¡bah!, Patrañas. Seguro que esa mujer ni conoce nada aquello fuera de los intereses, pensé; justo antes de recordar su mirada fría y altiva de hace algunos momentos sentada en aquella mesa, con ese aire de dignidad y los ojos aferrados a lágrimas que no permitía dejar salir. Y supe a qué había ido.
La mujer había salido del local tras decirme aquello, estaba enfurruñado, decido a regresar a atender mi trabajo… y crucé la puerta tras ella.
La encontré unos pasos más allá, y la envolví en un abrazo.
Poco más y me malogra el hígado ¿Quién dice que las riquillas de cuarenta y pico años no saben defenderse?, farfullaba cosas que no quise escuchar, contra mi saco, y un par de personas se detuvieron al notarlo, al parecer dispuestas a ayudar por si se trataba de un atraco o algo parecido ¡Eso sí que era un milagro de navidad!. Pero no fue necesario, y siguieron su camino.
La mujer tardo unos segundos forcejeando, y maldiciéndome tal vez, antes de relajar su cuerpo al menos un poco. No correspondió el abrazo, jamás lo hizo. Los brazos caídos a los lados y su cara escondida, apoyando su frente en mi hombro. Con pequeños estremecimientos acompañando aquella nevada que acababa de iniciar, su cuerpo tiritaba sin notar el frio que empezaba a calar más hondo, nuestras cabezas empezando a llenarse de pelusa blanca.
La nieve caía sobre nuestros cuerpos, pero eran sus lágrimas las que helaban mi corazón
No armo escándalo, pero pasó un buen tiempo antes de que se calmase por completo. —Apuesto a que parecemos dos amantes—, fue todo lo que me dijo, en un tono de voz que no supe como descifrar. Me empujó y siguió su camino, sin voltear a verme, sin agradecerme. Y yo entré de nuevo en la cafetería dispuesto a afrontar cualquier reprimenda de mi jefe… No contaba con que mi turno había terminado no hace mucho.

…Todo se cubre de blanco

Casi no llego a tiempo hoy por la tarde. No soy muy dado a las fiestas así que soy de los pocos que trabajan estos días festivos sin reparos.
Como podemos, nos movemos entre la gente que tiene la cafetería al tope de nuevo, para llevarle su respectivo brindis de cortesía a los que han consumido ya. Son tantas las cabezas, pero un especial se roba más que mi atención durante un instante. Ahí está, la veo de nuevo por el rabillo del ojo mientras llevo alguna canastilla de panes y dulces a otra mesa. No durante mucho tiempo, no quiero que me descubra espiando.
Pero ¡rayos!, de nuevo es demasiado tarde para intentar esconderme. Me da un saludo ladeando su cabeza y yo sin saber dónde meterme—, le respondo con una sonrisa que no ve, porque antes de haber logrado completar la mueca, se ha volteado a cuchichear un poco con sus acompañantes.
—¡…Cinco, cuatro, tres…! —Parece como si todos los empleados nos detuviéramos al mismo tiempo para tomar un suspiro gigante, mientras las personas dentro y fuera del local corean la cuenta regresiva, en compañía de las personas de la televisión.
Miro esta vez, de manera aun más discreta hacia la mesa donde se encuentra la rubia. No veo junto a ella al hombre de cabello negro entrecano con el que le he visto siempre, pero esta vez sin embargo, está rodeada de otras tantas cabelleras¿sus amigos, quizá?. Castaño, rubio oscuro, y por supuesto, negro.
En el último instante apunta la copa hacia mí, y la apura en dos tragos. Me sorprendo preguntándome si acaso estará ebria.

Y ya que el cielo despeja

Las personas se abrazan, se felicitan. Nosotros nos miramos entre nosotros con una sonrisa y le estrechamos la mano a quien tengamos cerca. Como dije, la mujer jamás me agradeció, nunca me dirigió ni una sonrisa completa y desde aquella vez que la atendí no lo volví a hacer ni dos años después, cuando cambie de empleo.
Pero, aunque nunca estaré seguro de lo que signifique, ahora comprendo cuanto me dijo con aquel simple gesto. Quizá después de todo, aquello se tratase de un agradecimiento a quien movió mi corazón esa pasada tarde de invierno.

Todo brilla bajo el sol
Todo se trata de amor.

1 comentarios :

D. C. López dijo...

Un relato extraño... Diferente... Especial y algo complejo. Por ello es muy bueno y no te deja indiferente.

Un argumento poco común y una excelente manera de ser relatado... Te felicito por ello!.

Es una pena que los protagonistas no acaben juntos... Pero es lo que hace tan especial y distinto este relato de los demás, ¿no?.

En fin, que me ha gustado mucho. Gracias por colaborar con la antología!!!